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jueves 25 de noviembre de 2004

¿Los chinos son baratos o nosotros ineficientes?

La novela de las inversiones chinas se convirtió ahora en un culebrón que volvió a poner en escena todos los argumentos proteccionistas, esgrimidos por empresarios locales que no quieren competir y pretenden mantener sus ingresos a costa de los consumidores.

Mientras los funcionarios públicos se encargan de aclarar que el acuerdo con China no significa dejar desprotegida a la industria nacional, las radios no paran de hacerle reportajes a empresarios de distintos sectores, quienes se ocupan de destacar que es imposible competir con los productos chinos porque no sólo le pagan salarios de hambre a los chinos sino que, además, el gobierno les da subsidios a los productores. Desde el fabricante de termos, pasando por el productor textil y llegando al fabricante de alta tecnología, todos se oponen al comercio con China.

Pero, en todo este tiempo, lo que no pude encontrar en los diarios o escuchar en las radios es la opinión del consumidor. Es decir, el que tiene que pagar los productos que compra. A ningún periodista se le ocurrió preguntarle a algún consumidor si prefiere comprar los productos más caros o más baratos. La pregunta a formularle al consumidor es muy sencilla: usted que es el dueño de su salario, ¿quiere que el Estado elija por usted a quién le debe comprar o prefiere ejercer su derecho a la libertad de elección que le otorga el derecho de propiedad sobre su salario?

Claro, en esta era progre no me sorprendería que la Corte emita algún fallo ejemplificador en el que diga que el derecho de propiedad está subordinado al bien común y que, por lo tanto, es en búsqueda del bien común que los consumidores tienen que comprar más caros los productos que necesiten. Por otro lado, no me sorprende que empresarios prebendarios y funcionarios del gobierno traten de convencer a la gente de que cuánto más caros compren los productos, mejor nivel de vida van a tener.

Cuando vuelvo a escuchar el viejo argumento de que es imposible competir con los chinos porque hacen dumping social, no puedo menos que reírme del caradurismo que hay en este argumento. ¿Acaso esos mismos defensores del proteccionismo van a decir que en la Argentina los salarios son fenomenalmente altos? ¿No les alcanza con la brutal licuación de los salarios que hizo Duhalde para ser competitivos? ¿Cuál es el problema? ¿Que los chinos producen muy barato o que nosotros producimos muy caro por ineficientes?

A la hora de no competir todos los argumentos son útiles para esquilmar al consumidor. Si se trata de incorporarnos al ALCA (Área de Libre Comercio de las Américas) siempre aparece algún descarado que argumenta que el objetivo de los norteamericanos es hacer que nosotros produzcamos bienes de bajo valor agregado y ellos vendernos productos de alto valor agregado. Es decir, si comerciamos con los norteamericanos, seguro que es porque nos quieren perjudicar.

Si de comerciar con los chinos se trata, usamos el otro argumento. Ellos quieren vendernos productos con bajo valor agregado porque tienen mano de obra barata. O sea, tampoco podemos comerciar con los chinos.

Si es cuestión de comerciar con los brasileños, tampoco se puede, porque ellos tienen más escala y además el Estado subsidia la energía. Por lo tanto, tampoco podemos comerciar con los brasileños. ¿Con quién quieren comerciar? ¿Con los habitantes de Júpiter?

El colmo de los argumentos se lo escuché por radio a un empresario que decía que para comerciar era necesario que no hubiera largas distancias con los países a intercambiar productos porque de lo contrario era una desventaja para la Argentina. Según se concluye del argumento de este señor, la distancia entre la Argentina y China para transportar un producto parece ser que es mayor que la distancia entre China y la Argentina. ¡Todo un hallazgo matemático y geográfico!

Además, ¿quién dijo que el costo de producción está determinado por el costo salarial? Si fuera así, Estados Unidos, Suiza o España no podrían exportar ni un alfiler porque el salario horario en esos países puede llegar a ser hasta 15 veces más alto que el que se paga en la Argentina.

La realidad es que no quieren competir con nadie. Quieren mercados cautivos para explotar al consumidor vendiéndole productos caros y de baja calidad.

Y, por favor, que no vengan con el argumento de los puestos de trabajo. Si la gente puede comprar productos más baratos, el salario real crece, porque la gente, con su salario, puede comprar el producto ahora importado y algo más porque le sobra plata. Y, dicho esto, no me vengan con la estúpida pregunta: ¿qué es ese algo más que la gente puede comprar y nosotros producir? Porque la respuesta es elemental: justamente es función del empresario descubrir dónde hay una demanda insatisfecha. Eso es lo que tienen que descubrir si son empresarios de verdad. Sino son sólo cortesanos que alaban al rey para que los bendiga con todo tipo de privilegios a costa de los consumidores. Dicho en términos más directos, si no están en condiciones de competir y descubrir dónde hay una demanda insatisfecha, mejor que quiebren y le dejen el lugar a otros que sepan desarrollar la función empresarial en serio. Los consumidores no tenemos por qué bancarles sus casas en Punta del Este y sus autos cero kilómetro.

En su libro El Sistema Económico y Rentístico, Juan Bautista Alberdi cita el siguiente párrafo de las leyes españolas sobre el comercio en sus colonias: “Con tal que la mercancía sea española y no de otra parte; que salga de puerto español habilitado por ley, y vaya a puerto americano legalmente habilitado; que vaya en navío habilitado especialmente, y a cargo de persona habilitada para ese tráfico, previa información de sangre, conducta, creencias, etcétera, es libre el comercio de América, según sus leyes”.

¡Y pensar que en 1816 se declaró la independencia y se fue a una guerra contra España para liberarnos del yugo de la corona española que no nos dejaba comerciar libremente! Casi 188 años después terminamos eligiendo a nuestros propios monarcas, que vuelven a establecer las mismas restricciones al comercio que existían en la época colonial.

Para hacer las cosas más fáciles, le sugiero al gobierno que en el próximo acuerdo comercial que quiera hacer con cualquier país de la tierra establezca las siguientes condiciones: “La Argentina está dispuesta a llevar a cabo una amplia integración comercial siempre y cuando los productores de los otros países acepten vender productos más caros y de peor calidad que los que se producen localmente, es decir, que juren que no van a ser competidores de los productores locales. Además, los productores extranjeros se comprometen a tener costos de producción más altos que los productores locales y a tomar una parte pequeña del mercado argentino, de manera tal de no restarle ventas a los productores locales. Finalmente, el comercio entre la Argentina y cualquier país del mundo será totalmente libre siempre y cuando los funcionarios de los otros países juren que van a perder en el intercambio y que el acuerdo los perjudica”. © www.economiaparatodos.com.ar




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