– Parecería ser que la Argentina sólo está de acuerdo en hacer acuerdos comerciales con otros países siempre y cuando éstos se comprometan a llevar todas las desventajas, mientras nosotros obtenemos todos los beneficios. La idea del intercambio que propone el país es que nosotros podamos vender todo y los no nos puedan vender nada, para que así los productores locales no pierdan. La historia se repite una y otra vez: con el ALCA, con los chinos…
– Eso es así. Es muy triste la historia del proteccionismo argentino. Es una historia larga y que no empezó ahora con Kirchner, y que ni siquiera Menem lo enderezó. La Argentina en la Primera Guerra Mundial exportaba el 45% de su producto. Esto, puesto en términos del año 98, implicaba exportaciones anuales de 151.000 millones de dólares. Y, a su vez, las importaciones llegaban a los 200.000 millones de dólares.
– ¿Qué pasó entonces?
– La Argentina se fue cerrando al mundo, fue obstaculizando el comercio internacional mediante cuotas, aranceles, restricciones sanitarias, depósitos previos de importaciones y controles de cambio. Es decir, mediante todo lo que pudo.
– ¿Y después de la Primera Guerra cómo fueron los números?
– En la década del 50 las exportaciones, en vez del 45%, ya eran del 12% del producto. En la época de Martínez de Hoz, la Argentina exportaba el 10%. En la década del 80, durante el gobierno de Alfonsín, eran del 6%. Y subieron al 8% en la época de Menem. Pero esta suba fue porque hubo una apertura marginal, no es cierto que haya habido una apertura real al mundo. Las exportaciones crecieron puntos, nada más.
– ¿Por el acuerdo con Brasil?
– En Brasil, probablemente, lo que habrá habido es alguna creación de comercio, cierta disminución y eliminación de cuotas y de derechos específicos. Hubo alguna apertura, pero fue claramente marginal. Respecto de la nada que nosotros importábamos, crecimos un 33%. Es decir, del 6% al 11% del producto, pero en términos internacionales. Por eso creo que lo de la China no es un acuerdo comercial, es meramente una iniciativa o una tendencia a un comercio más libre.
– ¿Qué piensa usted específicamente del acuerdo con China?
– Lo veo como una posibilidad enormemente positiva en la medida en que desemboque en algo. Y lo creo positivo pese a que es un arreglo con una potencia comunista y pese a que nos hemos negado por todo los medios posibles a comerciar con Estados Unidos, que es el país sin el cual el libre comercio, para un país como la Argentina y este continente, es cartón pintado.
– Es que se intenta hacer algo con Estados Unidos y lo frustran porque dicen: “no, este tiene mucha tecnología, nos va a aplastar”. Se intenta hacer algo con China y dicen: “no, porque tienen salarios muy bajos”. Entonces, ¿qué hacemos? ¿No comerciamos con nadie?
– Son todas excusas. Siempre tienen una. Deberíamos poder lograr hacer acuerdos hace años. Y ya no hablemos de libre comercio porque es demasiada pretensión, quizás.
– ¿Y Chile?
– Chile está virtualmente en libre comercio. Salvo el tratamiento del sector agropecuario para el que tiene un arancel del 6%. Pero tiene tantos acuerdos de libre comercio -con Japón, con Corea, con Europa, con el Mercosur, con Estados Unidos- que es otra cosa. Es notabilísimo el caso chileno. Imagínese que el arancel chileno es inferior al 1% en promedio.
– ¿Y es un arancel único?
– Es uno solo y parejo, además.
– O sea, es un solo arancel para todos lo productos.
– Exacto. Y es parejo para no exacerbar y no sentar precedentes a los lobbies. La ley es pareja para todos. Por eso el caso chileno es sumamente llamativo y alienta a la Argentina. No debemos olvidar que nuestro país tomó el ejemplo de los chilenos en el siglo XIX con Alberdi. Chile es un líder conceptual para nosotros y quién nos dice que esta vez también, tal vez, con un poquito de paciencia, ejerza nuevamente ese mismo liderazgo.
– Pero, ¿cuándo nos vamos a dar cuenta?
– Y, a lo mejor, esto de China nos ayude. Le repito, lo veo como algo muy positivo y que puede inspirarnos.
– ¿Qué posición ocupamos en el ranking de los países exportadores?
– En un ranking internacional de cerrazón económica, al tope de los países que más o menos se tienen en cuenta –excluyendo los países chiquitos, pobres y olvidados-, Brasil es el más cerrado del mundo. Apenas exporta 6% del producto. Y la Argentina exporta el 8%, a los valores de la década del ’90. Es la subcampeona mundial del proteccionismo. La India, que era mucho más cerrada que nosotros y que Brasil en los 80, se ha ido abriendo y hoy exporta mucho más que la Argentina y el doble que Brasil. En consecuencia, el hecho de que de golpe y porrazo a este país que ha rechazado, postergado, dilatado, eludido y hasta boicoteado todo intento de lograr algún acuerdo de comercio internacional, durante décadas, venga el mundo a golpearle las puertas de nuevo y le diga “queremos comerciar” es una oportunidad que no deberíamos desaprovechar. La Revolución Meiji fue porque el capitán Perry, de los Estados Unidos, bombardeó el puerto japonés y le dijo “vamos a comerciar”. Empezaron a comerciar y, luego, Japón empezó a crecer y a progresar. El mundo quiere comerciar y la Argentina no quiere, por eso siempre pierde.
– ¿Por qué no quiere? Resulta inexplicable…
– La pregunta debería ser: ¿quiénes no quieren? Y la respuesta es simple: los únicos que pierden con el comercio libre.
– ¿A quiénes se refiere?
– Sólo a algunas familias, no son sectores enteros, como se dice. Son 10 familias cuya nómina está en la Unión Industrial Argentina (UIA). Pero inmediatamente deberíamos hacernos otra pregunta: ¿quiénes son los que ganan?
– ¿Y quiénes son para usted?
– El gran pueblo consumidor es el ganador neto. Pero también gana todo el negocio de exportación. ¿Y por qué? Porque se abastece el mercado de productos más baratos, como los chinos. Se compra donde es más barato, por eso producen más barato. Gana, además, el sector trabajo, los que están abocados a la industria de las exportación ganan porque se amplía el sector. Los que están en el sector de servicio ganan también, marginalmente. Los que pierden son los que sustituyen importaciones, los manufactureros: juguetes, herramientas, textiles, zapatos. Pero, insisto, no hablemos de “sectores” sino de familias y lo que pierden son sus fortunas. Pero ellos no la van a pasar mal porque pueden vivir de las rentas que colectaron en 50 años de explotación.
– En realidad, ese es el argumento del libre comercio. Si uno abre la economía y la gente tienen la posibilidad de comprar más barato, la mejora en la calidad de vida de los ciudadanos está en que con sus ingresos pueden comprar el mismo producto que compraban antes más caro por menos plata y les sobra dinero para poder comprar otro producto.
– Exactamente.
– El problema es que cuando uno le plantea esto a los empresarios argentinos dicen: “está bien, ¿pero cuál es ese otro producto que salen a comprar?”. Esa, en realidad, es su tarea como empresarios: descubrir cuál es la demanda insatisfecha.
– Es que ese es el tema. Nunca se va a abrir la economía haciendo una asamblea de empresarios. La Argentina siempre quiere hacer eso y le sale mal. No es a los empresarios a los que se debe convocar, sino a los consumidores. Esto es un concepto simple y básico: así como el soberano en la Ciencia Política es el votante, el soberano en las Ciencias Económicas es el consumidor, no el productor. Y esto que parece tan simple, acá no se entiende. Éste es un país instintivamente corporativista y por eso se le pregunta al productor y no al consumidor.
– Pero los productores no se conforman con el dólar a 3 pesos, no se conforman con salarios de 200 dólares y quieren más para ellos. Además, a decir verdad, con la devaluación ellos no buscaron exportar sino, simplemente, sustituir importaciones, nada más que eso.
– Está comprobado científicamente. Uno puede devaluar todo lo que quiera que eso no le va a hacer exportar más. La Argentina nunca tuvo dólar más caro que en los 20 años que van desde 1970 a diciembre del 79. Y, mientras tanto, en esos momentos, el país cayó abismalmente en exportaciones. Sucede que la exportación es función de la importación. Es un principio de simetría. Es un mandamiento bíblico: “exportarás todo lo que importes”. Si uno se niega a importar y dice -como lo repite la UIA siempre- “vamos a exportar 50.000 pero a importar sólo 10.000”, lo que va a pasar es que, finalmente, se va a exportar 10.000. Porque para exportar 50.000 hay que importar 50.000. Quien seriamente quiere exportar indiscriminadamente, deber importar indiscriminadamente. Eso es lo que hay que entender. Las leyes de la economía son claras, pero acá se insiste en buscar soluciones mágicas. Se busca un gran shock. Acá siempre se quiere un milagro. Y lo peor del caso es que China puede ser ese gran shock y no sé si el gobierno se da cuenta de lo que está haciendo. © www.economiaparatodos.com.ar |