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jueves 7 de abril de 2005

En la tabla equivocada

Para salir del atraso económico y reducir la alarmante cifra de pobres e indigentes, la Argentina necesita, imperiosamente, de inversores que vengan a realizar negocios en el país. Pero para que eso suceda deben estar dadas algunas reglas de juego claras y estables que, por el momento, brillan por su ausencia.

La prestigiosa revista inglesa The Economist acaba de publicar un ranking de países a los cuales los inversores temen. Allí no llegarán sus dólares porque lo más probable es que los pierdan antes de poder recuperarlos. Ni hablar de ganar un centavo por la inversión. El tercer país más riesgoso del mundo después de Irak y Zimbabwe es la Argentina. En el otro extremo, Chile es el tercero más seguro después de Singapur y Hong Kong.

Si bien algunos datos han sido recogidos antes del cierre del canje de bonos de la deuda vieja por bonos de deuda nueva, la noticia es alarmante de por sí. Más allá de que el gobierno argentino haya dado, unilateralmente, por terminado el proceso de negociación (si es que alguna vez hubo alguno), está claro que el mundo piensa de otra manera. El Fondo Monetario Internacional (FMI) insiste en que el país debe dar alguna muestra de apertura hacia la solución del caso de aquellos acreedores que no se hubieran presentado al cierre del canje y, si bien institucionalmente los Estados Unidos han mostrado palabras de apoyo a la administración, con palabras no se traen las inversiones que el país necesita.

Durante la década del 90, la Argentina recibió aproximadamente unos noventa mil millones de dólares de inversión nueva. Muchos, entre ellos el dúo que obtuvo el último Nobel de Economía, entendieron que ese monto fue insuficiente como para torcer definitivamente una tendencia de estancamiento que había durado 70 años. Por ello, arbitrariamente, digamos aquí que una concentración de dinero similar debería darse en la mitad del tiempo o que en el mismo tiempo, esto es, 10 años, el país debería recibir algo así como 200 mil millones de dólares para que la pobreza empiece a quebrarse y el rumbo de la decadencia se termine.

¿Está la Argentina en el camino correcto para lograr semejante objetivo? Más allá de que los datos de The Economist sean previos al cierre del canje, ¿la “onda” del país entona las melodías amigables a la inversión? Si los datos de la revista hubieran sido tomados luego de cerrarse el canje, ¿cuántos puestos hubiéramos mejorado? ¿Uno, tal vez dos? ¿Es eso suficiente para atraer el dinero faltante entre el que estamos atrayendo –prácticamente monedas– y el que deberíamos, digamos 100 mil millones en cinco años o 200 mil en diez?

No son pocos los que incluso dicen que la inversión actual es similar en términos de porcentaje de producto a la del pico de la Convertibilidad, esto es, 20% del PBI en 1998. Sin embargo, ese cálculo es por demás engañoso. El único motivo válido para medir la inversión en relación al PBI es otorgar a aquélla un valor numérico a partir del conocimiento del producto. Pero, en realidad, a los países les debería importar no qué porcentaje del producto se invierte dentro de sus fronteras sino cuánta plata eso significa. Porque los empleos y los mejores salarios se hacen con plata, no con porcentajes. Y esta aclaración es importante porque el PBI de 1998 se medía en argendólares y el de 2005 se mide en pesos. Cualquier monto porcentual que empate ahora al de 1998 deja a la inversión real actual en dólares, tres veces por debajo de aquélla.

Para los que, con todas nuestras diferencias, algún respeto aún sentimos por Lavagna (y mucho más en términos relativos) nos parece hasta lastimoso verlo juntar moneditas para sumar algún centavo extra a las cifras de inversión. Por ello el ministro debería concentrarse rápidamente en lo que él mismo dijo iba a ocupar su atención después de que dio por terminado el plazo para presentarse a canjear bonos viejos por nuevos: conseguir inversiones. Para ello debería conversar con el presidente para que éste ubique a la Argentina en un contexto de naciones claras, que defienden la propiedad y el derecho, que no respaldan dictadores de cuarta categoría, que proyectan un orden jurídico estable y serio, que no basan su sistema tributario en la confiscación y que sienten un profundo respeto y hasta admiración por los que arriesgan sus fortunas y sus pellejos para mejorar su horizonte de vida personal, porque, al hacerlo, no solo satisfarán sus egoístas deseos personales sino que crearán empleos para otros, mejorarán y harán más confortable la vida de otros, acumularán riqueza colectiva y contribuirán al bienestar general. Si todas estas bondades son consecuencia del egoísmo y eso es suficiente causal para que el presidente rechace al egoísta, ¿quién es el equivocado? ¿El presidente o el egoísta? Y si el que parece su único ministro racional no lo saca de su ignorancia, ¿quién es el equivocado? ¿El ministro o los que aún sentimos respeto por él? © www.economiaparatodos.com.ar




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