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jueves 26 de julio de 2007

Balanza comercial equilibrada

A pesar de la creencia extendida según la cual el superávit comercial es la situación ideal para una nación, alcanzar el equilibrio entre exportaciones e importaciones debería ser el objetivo final de toda política económica de largo plazo.

Las variaciones de los tipos de cambio entre las diferentes monedas ya son habituales en el mercado de cambios, totalmente globalizado desde hace tiempo. Además, la volatilidad del precio de las divisas suele tener efectos muy profundos en las ventas, en los costos y en la utilidades de las empresas y también tiene que ver con el bienestar individual. Incluso, los administradores de las compañías se ven en figurillas cuando tienen, obligadamente, que prever o evitar, de alguna manera, aquellos indeseados movimientos que complican las rentabilidades de las inversiones y encarecen los préstamos tomados en el exterior.

A pesar de ello, el comercio internacional sigue creciendo a la par de las actividades económicas, tras la liberalización del intercambio de bienes y servicios entre los países y de las inversiones a través de las reducciones de los impuestos, en las cuotas y en los controles monetarios. Como resultado, se ha asistido a un estrechamiento sin precedentes del espacio económico por el progreso de las tecnologías comunicacionales y del transporte, con una significativa y constante reducción en los costos.

Consecuentemente, todos los mercados se han globalizado y la actividad financiera, en general, ha tenido un crecimiento extraordinario.

La recompensa que han traído estos cambios se manifestó, principalmente, en la prosperidad derivada de la posibilidad de permitir a las naciones especializarse en la producción de los bienes y servicios en cuya elaboración y prestación son relativamente más eficaces. A esta situación se la denomina “ventaja comparativa”. Con ella se benefician los que la explotan eficientemente y logran insertarse en el comercio internacional.

Casi con la misma rapidez e importancia, ha crecido en el mundo la inversión extranjera en los mercados de dinero, de bonos, acciones y bienes raíces. En ese sentido, la explosiva aparición de los fondos mutuos diversificados constituyó un valioso aporte para el crecimiento de los productos financieros orientados al ámbito internacional.

Pero, la globalización de la inversión también trajo consigo un notable mejoramiento en la asignación global de capitales y en la capacidad para la diversificación de las carteras. Resultó muy beneficiosa, por ejemplo, la posibilidad de cubrir necesidades de capitales para desarrollar determinados emprendimientos en diversos países, que eran imposibles de llevar a cabo solamente con fondos o financiación locales. Adicionalmente, el incremento de los flujos de capital entre los países ayudó a las empresas productoras a aumentar sus posibilidades de financiamiento en el exterior.

Así, el crecimiento exponencial que han tenido el comercio y el volumen de los capitales destinados en la actividad especulativa han aumentado considerablemente el riesgo por las crecientes fluctuaciones de los tipos de cambio en el mercado de divisas. En algunas ocasiones, esos movimientos han sido, en pocos minutos, causa de millonarias pérdidas para unos o ganancias increíbles para otros. Según el último dato estadístico publicado por el Banco Internacional de Pagos, el mercado de cambios opera diariamente un volumen de 1 billón 880 mil millones de dólares, de los que sólo más o menos el 10% corresponde al comercio de mercaderías y servicios y su financiación.

Por otra parte, es necesario tener bien claro que tanto la actividad comercial como la especulativa en el orden internacional poseen un importante riesgo adicional que proviene de la incertidumbre derivada de la volatilidad de los tipos de cambio. Las variaciones inesperadas del precio de las divisas tienen grandes efectos sobre las ventas, el valor de las mercaderías o servicios y sobre las utilidades esperadas por parte de los exportadores, importadores y especuladores.

Por eso se han creado los instrumentos financieros diseñados para evitar o transferir el riesgo por la volatilidad de los tipos de cambio y se han establecido diversos esquemas de seguros para los créditos a las exportaciones, con el propósito de ayudar a reducir el riesgo país, y existen documentos, como las cartas de crédito, para disminuir la exposición a los diversos avatares relacionados con la actividad comercial.

Volviendo al tema del comercio internacional, cabe recordar que generalmente se cree que es mejor una balanza comercial superavitaria que deficitaria, tal como lo pregona el actual gobierno argentino. El supuesto de que tener mayores exportaciones que importaciones resulta ser un objetivo apropiado de política tiene una larga historia en el mundo. Esa teoría fue sustentada en los siglos XVI al XVIII por los denominados “mercantilistas”, quienes creían que los superávits comerciales debían ser el objetivo de la política comercial, porque de esa manera los países podían incrementar sus tenencias de oro, que era el medio de pago para el intercambio que se utilizaba en esa época.

Hoy en día, aquella antigua versión del mercantilismo afirma que un superávit en la balanza comercial es un objetivo apropiado porque da como resultado la acumulación de activos extranjeros, que sirven para disminuir la vulnerabilidad de las economías vernáculas. Sin embargo, en la abundante bibliografía sobre economía prevalece ampliamente la opinión de que un país que mantiene indefinidamente una balanza comercial con superávit está produciendo más bienes para que los disfruten los extranjeros, en lugar de que lo hagan quienes los producen, que son los propios residentes del país. De ello surge, entonces, que lo ideal es que todos puedan disfrutar de su propia actividad productiva, manteniendo el comercio en equilibrio, siendo éste, precisamente, el objetivo de los gobiernos de los países civilizados.

Por el contrario, un déficit de la balanza comercial, tal como ya lo hemos experimentado en la Argentina, trae consigo la sensación de poder disfrutar de los productos y de los recursos de otras naciones. Esta situación, sin dudas, es maravillosa mientras el país pueda sostenerla, aunque como sucede con las empresas e individuos que viven más allá de sus posibilidades, finalmente llega el día del inevitable ajuste.

Las diferentes experiencias vividas hasta ahora han demostrado que los déficits continuos son tan indeseables como los superávits. Ambas opciones, en cambio, podrían admitirse si se produjeran temporalmente. Durante un período de balanza positiva, el país incrementa sus tenencias de activos extranjeros tales como acciones, bonos, bienes raíces, negocios operativos y otros. Esa situación le permitirá al país soportar en otro período déficits comerciales sin que deba recurrir a financiamiento internacional, utilizando para ello sus activos ahorrados.

Definitivamente, entonces, el objetivo de la política económica debería orientarse a mantener un comercio exterior equilibrado a lo largo de un período suficientemente prolongado, por lo menos una década o más. Ése es el camino correcto. © www.economiaparatodos.com.ar

José Alfredo Nogueira es corredor de cambio. Para comunicarse con él: josenogueira@fibertel.com.ar.

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