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jueves 19 de julio de 2007

Giotto y la rebelión fiscal

El gran pintor medieval reflejó, en un espectacular cuadro, la expulsión de los siete demonios de la ciudad de Arezzo, en Italia. Uno de esos enviados del mal era la expoliación impositiva.

La economía no tiene por qué ser una ciencia lúgubre. En todo caso, tristes y taciturnos podrán ser los economistas, mas no la economía. Si ello ocurre, es porque los economistas analizan la actividad económica con poca gracia, como meros datos fenomenológicos –aislados y encerrados en sí mismos– sin ninguna conexión con la amplísima vastedad de sentimientos, virtudes, emociones, recuerdos y motivaciones en que se desenvuelve la vida humana.

Muchas veces, son los poetas y los pintores quienes describen infinitamente mejor ciertos fenómenos económicos. Hoy vamos a exponer uno de ellos, referido a la resistencia popular contra los impuestos abusivos sucedida durante la Edad Media. Se trata de una libre interpretación sobre hechos reales, tendiente a ofrecer una explicación que de otra manera careceríamos.

Un talento sublime

La obra de arte que penetra en la esencia de la rebelión fiscal por impuestos abusivos es un cuadro pintado alrededor de 1290 en los muros de la basílica medieval de Asís, en Umbría.

Su autor, Giotto di Bondone (1266-1337), fue una figura central en la historia del arte. Ciertamente, fue el más grande pintor medieval y el mayor artista del románico. Su pintura, como la poesía del Dante, nació y vivió para ser inmortal. Pero, por encima de todo, Giotto, que era un niño cuando moría San Francisco de Asís, se convirtió en el más fascinante cronista de todos los tiempos.

Con su arte pictórico describió la vigorosa realidad de los milagros realizados por San Francisco, de manera fresca y pujante, utilizando una paleta de colores brillantes que se asemejan a joyas preciosas más que modestos pomos de óleo.

Es oportuno recordar un texto de Hegel, aquél filósofo alemán de quien la precandidata presidencial, Cristina Fernández de Kirchner, se confesó discípula afirmando que “adhería absolutamente a las ideas hegelianas”.

En un complejo libro, escrito sin los vahos de cerveza, Hegel afirmó: “Giotto fue un genio sublime que cambió el modo de preparar los colores empleados hasta entonces. También cambió el concepto y las directrices de la representación pictórica. Se atuvo al presente y a la realidad. Y confrontó con la vida que se agitaba en torno a él, las figuras y los sentimientos que debían expresar. Giotto tenía inclinación por lo inmediato y lo presente. Por eso eligió santos canonizados en épocas muy cercanas. En el contenido mismo de su pintura quedó implícita la naturaleza de las figuras corpóreas, la representación de caracteres definidos, de acciones humanas, pasiones, situaciones, actitudes y movimientos. Con Giotto, lo mundano vino a ocupar un sitio y él lo difundió según el espíritu de la época, acogiendo lo burlesco junto a lo patético”1.

Historia de la rebelión fiscal

La pintura que le invitamos a gozar se denomina “San Francisco expulsa los demonios de la ciudad de Arezzo” (para verla, clickear. Tiene una dimensión de 2,70 x 2,30 metros y fue pintada en la Basílica de Asís. Corresponde a una serie donde el Giotto documentó los milagros contemporáneos de San Francisco. Su tema es cautivante y representa un episodio que atraviesa los tiempos y llega hasta nuestra época.

Arezzo es una encantadora ciudad medieval de la Toscana, fundada por los etruscos (siglo VII AC), un importante centro cultural conocido en la antigüedad por sus fábricas de armas, herramientas de precisión e industria cerámica con relieves vidriados. Allí nacieron grandes personajes como Francisco Tetrarca, uno de los mayores humanistas de todos los tiempos; Giorgio Vasari, arquitecto autor de la famosa “Vida de los artistas florentinos”; Piero della Francesca, elevado exponente del arte medieval; Pietro Aretino, poeta satírico que describió la adulación cortesana; el monje Guido Mónaco, creador de la notación musical que actualmente utilizamos; y el gran Michelangelo Buonarroti, artista inigualable e inmortal pintor, arquitecto y escultor.

La ciudad está edificada en una colina, con elegantes castillos, altísimas torres y almenas coronadas en forma de cola de un ave llamada milano.

A principios de 1212, las ciudades del norte de Italia se dividían en “ghibelinas” y “güelfas”. Arezzo era “ghibelina”, es decir partidaria de la dinastía de los Hohenstauffen, residentes en Aquisgrán, sede del imperio germano-romano fundado por Carlomagno, quienes estaban en contra de la supremacía de la autoridad papal.

Firenze, en cambio, era una ciudad “güelfa”, que sostenía el papado contra el emperador germano. Estaba dirigida por la familia Medici, refinados mecenas del Renacimiento, quienes habían logrado reunir una constelación irrepetible de pensadores, filósofos, arquitectos, científicos, pintores, escultores y humanistas. Nunca en la historia de la humanidad pudieron juntarse tantos genios y artistas como en Firenze durante los Médicis, grupo familiar del que salieron reyes, reinas de Francia, papas y altos prelados.

Alrededor de 1226, Firenze atacó y dominó militarmente a Arezzo. Le impuso, entonces, pesados tributos, aunque eximió a sus partidarios “güelfos”.

La exacción fiscal fue tan enorme, que Arezzo se sumergió en una extraña violencia y comenzó a decaer. Los “güelfos”, secuaces de los florentinos, se enriquecían y mostraban una frivolidad insultante. En cambio, quienes no formaban parte del partido triunfante, comenzaron a sentir odio hacia los primeros, dejaron de trabajar y ejecutaban actos terroristas que demostraban resentimiento y rencor por la riqueza y el poder acumulado por las fuerzas ocupantes.

La holgazanería y la envidia ocasionaron el abandono de las artes y los oficios. Ambos bandos se potenciaban entre sí, lo que estimulaba una ira violenta que desembocaba en la destrucción de edificios y monumentos, el ataque y secuestros a personas, el emporcamiento de fachadas, las agresiones callejeras y la basura inundando la ciudad.

En ese extraño clima de violencia y miseria urbana, llegó San Francisco desde Umbría. Reunió y habló a los partidarios de cada bando en la basílica de San Donato. Al terminar, encomendó al hermano Silvestre, de la orden de frailes mendicantes, que expulsara los siete demonios de Arezzo: en primer lugar, la angurria de poder; segundo, la frivolidad del lujo; tercero, la avaricia de los florentinos; cuarto, el resentimiento; quinto, la holgazanería; sexto, los deseos de venganza de los habitantes locales y, séptimo, la expoliación fiscal, caracterizada por el despojo violento y sin límites de impuestos.

No sabemos qué predicó San Francisco, pero por el relato del filósofo San Buenaventura (Giovanni da Fidanza, “Legenda Maior, 1263), conocemos que a los pocos días se redujeron inesperada y dramáticamente los impuestos, los “ghibelinos” volvieron a trabajar, se recompuso el respeto mutuo, se restauró el orden en las calles y Arezzo volvió a ser una próspera ciudad.

Ése fue el milagro que el Giotto representó magistralmente. Pintó los siete demonios en los techos de los edificios y las torres almenadas en la parte derecha del cuadro, la basílica de San Donato en el extremo izquierdo y al hermano Silvestre en el centro, levantando la mano para expulsar los demonios. En la actualidad, cualquier turista puede identificar perfectamente esos edificios y castillos pintados en el cuadro, que permanecen intactos.

Es casi seguro que San Francisco advirtió a unos y otros que los tributos excesivos eran la causa de la pobreza de la ciudad y, además, motivo de violencia, porque su perverso propósito consistía en transferir por la fuerza rentas de los que producían a aquellos que vivían a costa de los demás. La milagrosa predicación de San Francisco hizo que unos se dieran cuenta de que podrían rebelarse dejando de pagar impuestos y que los otros entendieran que no podían seguir esquilmando a los que trabajan. Les hizo comprender que el caos, la violencia, el delito y la decadencia económica en que estaba sumergida Arezzo se habían producido porque se abandonaron las reglas morales y porque cundía la rapiña instrumentada por gobiernos despóticos que expoliaban al pueblo mediante impuestos excesivos.

Cuando los siete demonios fueron expulsados del corazón de los habitantes de Arezzo, volvió la paz, la armonía y el progreso social.

Ése fue el milagro que Giotto di Bondone dejó inmortalizado.

Colofón

Según investigaciones responsables (Ávila, Espert, Broda y otros), ese ogro filantrópico que es el Estado recaudará, durante 2007, impuestos consolidados entre la nación, provincias y municipios por la astronómica cifra de $ 249.134,9 millones. Como los que habitamos este territorio constituimos unas 8.750.000 familias en sentido amplio, la exacción mensual por familia se puede calcular simplemente dividiendo el total de recaudación por el número de familias multiplicadas por 12. Cada uno puede hacer la cuenta y se asombrará cuando compruebe que este Leviatán insaciable nos está despojando de $ 2.372,70 mensuales por grupo familiar.

Esto significa dos veces y media más que el salario mínimo vital que con mucho esfuerzo pretende conseguirse. De manera que si esta estructura parasitaria que conforma la burocracia gubernamental desapareciera íntegramente, cada familia podría percibir $ 2.372,70 por mes, incluyendo los propios empleados públicos que ya no tendrían que ir a cumplir horarios de trabajo.

¿Quién podría repetir en la Argentina el milagro de expulsar los siete demonios del corazón de los hombres, como lo hiciera San Francisco de Asís en Arezzo? ¿Habrá algún émulo del Giotto que pueda representar esa hazaña de la resurrección argentina? © www.economiaparatodos.com.ar

Antonio Margariti es economista y autor del libro “Impuestos y pobreza. Un cambio copernicano en el sistema impositivo para que todos podamos vivir dignamente”, editado por la Fundación Libertad de Rosario.

Referencias:
1. Georg Wilhelm Friedrich Hegel, “ Vorlesung über die Aesthetik” (Curso sobre estética), Stuttgart, 1829.

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