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lunes 27 de enero de 2014

Incertidumbre y desconfianza en la argentina kirchnerista

Incertidumbre y desconfianza en la argentina kirchnerista

La fuerte depreciación del peso en las jornadas finales de la semana pasada no ha hecho sino acentuar algunas de las tendencias profundas que se venían observando en Argentina

Tras la derrota en las elecciones parlamentarias de octubre de 2013, el posterior cambio ministerial impulsado por la presidente Cristina Fernández y la confusión reinante en torno a su estado de salud, cuyos pormenores últimos se desconocen, afloraron algunos problemas económicos y sociales hasta entonces latentes, pero que pueden tener graves consecuencias para la gobernabilidad futura del país.

Descartada totalmente la posibilidad de la reelección, el gobierno pretendía llegar a diciembre de 2015, fecha constitucional del relevo presidencial, sin introducir grandes reformas en el “modelo” económico. El éxito del relato populista pasaba por traspasar a la nueva administración la pesada herencia acumulada tras largos años de desgobierno económico. Después de la salida de Roberto Lavagna del gobierno, la administración central funcionó sin un ministro de Economía que ejerciera como tal, una situación agravada tras la muerte de Néstor Kirchner. Hoy se puede decir que pese a la meteórica carrera de Axel Kicillof, Argentina continúa sin una conducción económica eficiente y coherente.

Pese a las fantasías gubernamentales referentes al mantenimiento del “modelo”, todo llevaba a pensar a que en esta ocasión la realidad terminaría imponiéndose al deseo kirchnerista y que de no introducirse un programa integral de reformas, la economía podía comenzar a dar noticias desagradables. Esto es lo que finalmente pasó, como se vio en diciembre pasado con las rebeliones policiales que demandaban aumentos salariales o en esta ocasión con el tipo de cambio. La economía terminó explotando en las manos de un gobierno que ya no puede esgrimir su falta de responsabilidad en caso de un colapso del sistema, con todo lo que esto conlleva para el futuro político del país y del propio peronismo.

Una vez más en la historia argentina el quid de la cuestión se encuentra en la inflación, convertida en el pecado original de Néstor Kirchner, mantenido por su viuda. Con el ánimo de mejorar el resultado de su gestión y aumentar sus posibilidades electorales decidió maquillar la inflación en vez de combatirla. De este modo, a partir de 2006 comenzaron a alterarse las estadísticas oficiales para que la inflación no superara el 10% y poder exhibir orgullosamente una tasa de un solo dígito. La decapitación del INDEC, el hasta entonces profesional organismo encargado de las mediciones oficiales, fue simultánea a la emergencia de Guillermo Moreno, el todopoderoso secretario de Comercio Interior, que ejerció su mando en plaza con Néstor Kirchner y Cristina Fernández.

Pese a ser permanentemente negada la inflación estaba allí, aumentando de año en año. Una vez puesto en marcha este perverso mecanismo de falsificación cada vez resultaba más difícil poner las cosas en su sitio y “sincerar” las cifras. Si a las dificultades generadas por la inflación le añadimos una pésima política en materia de energía, culminada con la expropiación de Respsol, se explica el aumento del déficit energético, que en 2013 llevó a importar combustibles por valor de 13.000 millones de dólares. Ésta es una de las principales razones de otro de los grandes problemas de la Argentina actual, la acelerada disminución de sus reservas de divisas. Si en julio de 2012 las reservas del Banco Central estaban en el orden de los 45.000 millones de dólares, hoy hay menos de 29.000, con una tendencia claramente descendente.

Siguiendo el modelo venezolano, cuya economía también se ve afectada por una alta inflación y una preocupante pérdida de divisas, las autoridades argentinas introdujeron el llamado “cepo cambiario”, un paquete de medidas que limitaba el acceso de empresas y particulares a la compra de dólares. Ahora bien, dada la peculiar relación de los argentinos con la inflación, el dólar sigue siendo el refugio de numerosos ahorristas, comenzando por los sectores medios que intentan poner a buen recaudo sus escasos ahorros. La devaluación se suma a las demandas salariadas espoleadas por los logros obtenidos escasas semanas atrás por los policías rebeldes. La proximidad de las negociaciones colectivas no hace prever nada bueno al respecto.

Pese a estar la inflación disparada, las necesidades políticas, comenzando por las citas electorales, requerían un gasto público en constante expansión, en un fenómeno similar al ocurrido durante el menemismo. Por eso ni había forma humana de bajar los subsidios multimillonarios ni de subir las tarifas de los servicios públicos. Apartado el país del acceso al crédito internacional la mejor solución para cuadrar las cuentas era emitiendo dinero y traspasando ingentes cantidades del previamente nacionalizado sistema de pensiones y de las reservas del Banco Central.

El ascenso de Kicillof al frente del ministerio de Economía no supuso la puesta en marcha de un plan para ordenar las cuentas públicas ni controlar el gasto gubernamental. La principal preocupación era reducir el atraso cambiario y la brecha entre el dólar oficial y el paralelo, junto al afanoso deseo de ganar tiempo de modo que parte del dinero generado por las exportaciones de soja retorne a las arcas públicas, tal como marca el calendario agrícola. Pero como se vio en las fatídicas jornadas de la semana pasada todo se concretó en una serie de medidas espasmódicas y sin ningún plan coherente. Así, la incertidumbre se instaló en los mercados, movida por los temores de cientos de miles de actores individuales que comenzaron a ver con preocupación su futuro.

Esto se suma a la profunda desconfianza que genera un gobierno cada vez menos valorado por la opinión pública. Como ha escrito Eduardo Fidanza: “La Argentina asiste a una dramática doble caída. Se desploma la confianza en la moneda y decrece la legitimidad de las autoridades. Es decir: se volatilizan los principios simbólicos del orden y quedan expuestas, entonces, las reservas últimas del poder: el dólar, verdadero metal precioso del país, y los medios físicos de coerción, que el gobierno, con razón, no quiere utilizar, pero que serán necesarios si cunde la desorganización social, como ya ha sucedido con los saqueos”.

Todo esto ocurre cuando Argentina ha pasado de contar con una presidente omnipresente a otra cada vez más ausente. Tras su prolongada retirada de los focos durante casi un mes, su breve reaparición pública fue sucedida por un viaje a Cuba para participar de la Cumbre de la CELAC. No es un buen presagio que el timonel no esté al frente del buque cuando aparecen las primeras marejadas.

Fuente: www.infolatam.com