Todas las encuestas de opinión, aun las encargadas por el gobierno nacional, muestran el creciente descontento de la sociedad respecto de tres temas centrales: la inseguridad, el desempleo y los desórdenes que genera la protesta piquetera. La ciudadanía advierte la incapacidad que tiene el sistema político para aportar soluciones y reclama cambios. Incluso, según el Centro de Estudios Independientes, el 86% de la gente a nivel nacional mantiene su idea de que los diputados y senadores no representan el pensamiento mayoritario de quienes los eligieron. Pero… ¿cuándo fueron electos los actuales representantes? Ante esta pregunta, debe decirse que hace menos de un año hubo elecciones en todo el país, y la ciudadanía se expresó a favor de las estructuras tradicionales. O sea: eligió a los mismos de siempre, a aquellos que fueron destinatarios del “que se vayan todos” y que hoy vuelven a ser puestos en la picota.
El caso de la provincia de Buenos Aires es todavía más curioso y significativo. Hace menos de un año, Felipe Solá fue reelecto con más del 40% de los votos, sacándole más de 25 puntos de ventaja a su perseguidor más cercano. Si uno pregunta hoy en la provincia cuál es el principal problema, masivamente se responde “la inseguridad”. Pero la política de seguridad de Solá ya era conocida antes de las elecciones de 2003, al punto que el tan criticado Juan Pablo Cafiero era su ministro antes de las elecciones, y lo siguió siendo por un tiempo posterior. De modo que los ciudadanos bonaerenses ratificaron la política de seguridad de Solá-Cafiero en el acto electoral. Guste o no, esta es la realidad.
Ahora bien… ¿a qué conclusiones permite llegar este análisis? En primer lugar, a que la crisis de la democracia representativa no tiene origen en un grupo de paracaidistas que llegó al Congreso, sino en la propia ciudadanía. Es la sociedad la que vota representantes que después cuestiona y pretende incinerar. Alguien podría decir: “Yo voté a fulano creyendo una cosa y después me defraudó, por lo que no soy responsable”. Ese argumento sería válido si ese “fulano” fuera un desconocido sin participación política previa. Por ejemplo, si Juan Carlos Blumberg fuera electo para un cargo público y después no actuara según lo que prometió, la ciudadanía no sería responsable porque se trataría de un caso más en que el político defrauda a su votante. Pero en este caso es distinto, porque los ciudadanos ya conocían a cada uno de los representantes elegidos hace menos de un año. La lista del Partido Justicialista bonaerense sirve como ejemplo: por ella, fueron elegidos el año pasado Chiche Duhalde, Carlos Ruckauf y Alfredo Atanasof, entre otros nombres hoy cuestionados. Y lo mismo ocurre a nivel nacional. Por lo tanto, si la ciudadanía manifiesta hoy en día que sus legisladores o gobernantes no la representan, debiera saber que la gran mayoría fue elegida hace menos de un año.
En segundo lugar, y en honor a no subestimar a los votantes, debe desprenderse de este análisis que los aparatos políticos condicionan el resultado de una elección. Pero… ¿quién no conoce la forma de accionar que tienen las estructuras oscuras de la política? Los medios de comunicación, como formadores de opinión, no cumplen su rol social al participar como cómplices de acciones poco transparentes. Los millones de pesos que se invierten en publicidad oficial funcionan como silenciadores de una realidad obvia y angustiante. Por lo tanto, la razón última y verdadera que determina que sean electos gobernantes y legisladores que no representan a nadie es la falta de educación cívica y ciudadana. Al decir de Daniel Sabsay, prestigioso abogado constitucionalista, “el clientelismo existe porque la gran mayoría de los ciudadanos no conoce el funcionamiento del sistema político, con lo que millones de rehenes concurren a las urnas sin verdadera libertad de elección”. Aquí está la clave: una ciudadanía no educada políticamente comete errores y, lo que es más grave, los vuelve a repetir infinitamente. Albert Einstein decía, palabras más palabras menos, que “loco es aquel que, sabiendo el resultado negativo de un procedimiento por haberlo efectuado previamente, lo repite esperando resultados diferentes”. En el caso del voto popular, el problema no tiene que ver con la locura sino con la falta de educación cívica.
¿Cómo salir de esto? La lógica democrática dice que el Estado es responsable de la educación de los ciudadanos. Pero al Estado lo ocupan políticos que se benefician de esta falta de educación, por lo que no es esperable que desde organismos públicos se pretenda cambiar la situación. Estamos entonces ante un círculo vicioso de difícil salida. Sin embargo, existen múltiples organizaciones del tercer sector que se dedican a pensar estrategias y desarrollar acciones para mejorar la conciencia ciudadana. Estas ONG deben recibir todo el apoyo posible del sector privado, que debe ser el principal interesado en que la situación cambie, porque, en última instancia, todo actor económico está determinado por el escenario político. Y los medios de comunicación, entendidos como empresas que buscan rentabilidad, deben aportar su grano de arena para que la ciudadanía posea toda la información posible al momento de actuar políticamente.
Una verdadera democracia requiere de ciudadanos educados, informados, libres y carentes de presiones a la hora de votar. Si luego se opta por representantes corruptos e ineficaces, el problema sería aún más grave y pasaría a formar parte de las patologías de la mente. Pero nadie puede decir que, con el actual sistema político, los ciudadanos argentinos son libres a la hora de votar. La imposibilidad de realizar una reforma política que elimine las listas sábana y que permita que ciudadanos independientes se presenten a elecciones sin integrar una estructura partidaria muestra a las claras que el sistema actual no está interesado en depurarse. Por eso, quienes sí poseemos –o creemos poseer- herramientas para advertir el problema debemos esforzarnos para que la situación cambie. No esperemos que otro haga el trabajo por nosotros, porque en la fuerza de cada ciudadano está la posibilidad de lograr un cambio que transforme la Argentina actual en una verdadera democracia representativa. El año que viene hay elecciones, o sea, una nueva oportunidad. © www.economiaparatodos.com.ar
Jerónimo Biderman Núñez es analista político y profesor del Centro Universitario San Isidro. |