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viernes 6 de marzo de 2015

La violencia del final

La violencia del final

El peso de la fatalidad estadística y los avisos de su propia decadencia fisiológica, le están generando a Cristina Fernández muy pocas dudas sobre la certeza de su muerte política.

Considerar que ella debiera ser una excepción a esa regla de condición común para la mayoría de los políticos, le está produciendo una violencia interior que se refleja en la intemperancia de sus expresiones públicas a través de Facebook, Twiter y los micrófonos de sus atriles favoritos (que ya parecen ser una extensión natural de su cuerpo).

Este pecado de vanidad de su narcisismo desmesurado la está destruyendo, al punto en que no dudamos sobre lo que dijo la ex novia de Boudou (Agustina Kampfer) hace unos días para “defenderla” (¿) en un programa de TV: “Cristina da órdenes y abajo cada uno hace lo que quiere” (sic).

Ignorar tercamente la armonía ordenada del universo -que le da a cada uno su oportunidad-, en donde toda muerte suele ser un final inevitable y al mismo tiempo necesario (es parte de la renovación para el “rejuvenecimiento” permanente de las ideas), la mueve a sublevarse pataleando, por la horrorosa aniquilación de cuanto siente que es y representa ante el mundo a quien trató de poner de rodillas, lanzando sus gritos de protesta en forma de diatribas a quienes osen ponérselo en evidencia.

La Presidente ha encontrado al fin “la horma de su zapato”: la finitud de su mandato constitucional y la cercanía de un “juicio de residencia” que amenaza mandarla a un rincón oscuro.

Mientras tanto, parece clamar “no quiero morirme, quiero vivir siempre, nadie comprende que estoy donde debo estar, porque estoy llamada por el Destino a cambiar la faz de la humanidad. Solo yo tengo derecho a decidir sobre la duración de mi liderazgo”.

A resultas de estos sentimientos mesiánicos y totalmente desbordados, está poniendo en peligro el final pacífico de su gobierno.

El caso Nisman ha sido la gota que rebalsó el vaso de lo irremediable y la está impulsando a insistir con sus caprichosas reivindicaciones individuales que, para mal de sus pecados, comienzan a provocar un rechazo multitudinario aún en quienes han sido sus simpatizantes, por causa de su desmesura.

Defenestrar a Nisman y al Poder Judicial, es el símbolo arrogante que ha elegido para prolongar su vida política y estirar al máximo el espacio de maniobra que aún tiene entre las manos.

No parece haber advertido que muchos de quienes hasta ayer la acompañaban, están buscando su propia supervivencia y comienzan a abandonarla, sometiéndola al más cruel de los tratos: el silencio. No quieren quedar “momificados” a su vera, buscando la reivindicación de un futuro que les proporcione cobijo en otros regazos, porque la política es, en general, un eterno “corsi e ricorsi”, como sostenía Benedetto Croce.

El debate en ciernes pues va angostando el temario pendiente: el problema no radica en saber “hasta cuándo” (ya lo estipula la ley), sino “cuánto” es capaz de aguantar el sistema nervioso de una persona que da signos concretos de estar agotando su equilibrio psicológico.

El discurso del 1º de marzo impresionó más por el tono de violencia empleado, que por lo que dijo, que no fue, al fin y al cabo, nada más que una repetición de las falacias y “grandiosidades” a las que nos tiene acostumbrados.

De la suerte que corra la apelación del fiscal Pollicita, de las nuevas revelaciones de “escuchas” que trasciendan periodísticamente y del avance de las indagaciones sobre el tema Hotesur (donde las balas pueden perforar la piel de su “sagrada” intimidad), depende la relativa paz con que se pueda encarrilar el proceso electoral en ciernes.

Lo demás, es lo de menos.

carlosberro24@gmail.com