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jueves 21 de junio de 2007

Los fantasmas de Cristina

La idea de que la democracia es, simplemente, un modo de elegir a los gobernantes mediante el voto pone en peligro los valores republicanos, el respeto de los derechos individuales y los cimientos mismos de nuestra Nación.

La senadora Cristina Fernández de Kirchner ha dicho que “mientras Chávez se mantenga dentro de los límites democráticos, no hay que inventar fantasmas”. ¿Los límites democráticos? ¿Es que a juicio de la senadora por Buenos Aires los “límites democráticos” no han sido rebasados aún en Venezuela? ¿Y qué significa, entonces, haber reducido el Congreso a un conjunto de acólitos que le han entregado a Hugo Chávez el supremo mando por decreto? ¿Y las expropiaciones sin pagar indemnización alguna? ¿Y el cierre de las emisoras independientes, también, por supuesto, sin reconocimiento alguno del derecho de propiedad? ¿Y el principio de la división de poderes?

¿Cuál es el concepto de la democracia que tiene la senadora? ¿Acaso cree Cristina Fernández que “democracia” es un conjunto amorfo de personas yendo en manada un día determinado a meter un papelito en una urna? La pobreza de ese pensamiento nos eximiría de mayores comentarios.

Pero Cristina Fernández es una persona formada. Al menos, más formada que su marido, independientemente del escaso trabajo que le haya costado eso. Como consecuencia, no puede ignorar que la Constitución argentina, en su primera parte, donde define la filosofía de vida que (teóricamente) el país ha elegido para existir, no menciona una sola vez las palabras “democrático” o “democracia”. Tampoco lo hace en su Preámbulo, donde se definen los fines que la Carta Magna persigue.

La Constitución dice que la Argentina adopta para su gobierno “la forma representativa, republicana y federal”. Esas palabras simples encierran un conjunto de valores que definen lo que los argentinos entendemos por Estado de Derecho y por el gobierno de la ley. Para nosotros, es necesaria la representación del pueblo. El pueblo son todos los argentinos, no una mayoría de ellos. Para nosotros, son imprescindibles la periodicidad de los mandatos, la publicidad de los actos de gobierno, la división y el control mutuo de los poderes, la protección de las minorías, el respeto de los derechos individuales. Para nosotros, es también necesario el reconocimiento de la autonomía provincial y la aceptación de que los estados interiores son anteriores a la Nación y que, por tanto, conservan todo el poder que no ha sido expresamente delegado.

Éste es el sencillo esquema que la Constitución argentina dice que somos. Estas son las ideas en las que la Constitución dice que creemos y las que vamos a defender cuando se encuentren en peligro.

¿Es así? ¿Las definiciones de la Constitución están cerca de nuestras convicciones cotidianas? ¿O, en realidad, los fantasmas de Cristina son nuestros propios fantasmas?

Está claro que a muchos argentinos nos gustaría señalar a Cristina Fernández como alguien que, diciendo lo que dijo, no representa los valores de nuestra sociedad, magistralmente resumidos en unas pocas palabras por la Constitución. Sin embargo, ¿quién está en un error? ¿Cristina o los que pensamos que ella está equivocada?

Lamentablemente, década tras década, desde ya hace ya muchos años, los argentinos nos hemos alejado de esas creencias simples que la Constitución esperanzadamente definió como nuestra filosofía de vida. Hoy, estamos más cerca del autoritarismo chavista que de la república respetuosa de los derechos que diseñaron los que pensaron las instituciones del país.

No es extraño que la senadora Fernández no esté alarmada por lo que sucede en Venezuela y sinceramente crea que lo que allí existe es una democracia. Para quienes, como ella, han olvidado el verdadero sentido del Estado de Derecho y del gobierno de la ley, lo único que importa es una muchedumbre obediente que vocifere un nombre e introduce un papel en una urna. Si esa masa es dirigida y convertida en pobre cliente de una maquinaria política que sólo trabaja para conservar su propio poder, importa poco. Lo único que de ella se reclama es la legitimación “democrática”. Después, se gobernará sin ley y por encima del derecho, una vez que la burocrática participación de la masa haya terminado. Solamente hay que preocuparse de que un conjunto de formas exteriores no se deterioren: un día de elecciones, un conjunto de papeletas con nombres diversos, un montón de colegios prestados como escenario. La manipulación aceitada de un aparato que vive del poder se encargará de dirigir el resultado. Lo importante es que millones de “escribanos” usados como idiotas útiles refrenden la parodia democrática “votando”. Lo demás será fácil.

Mientras los fantasmas no borren la imagen de la masa “decidiendo su destino”, ningún límite se habrá sobrepasado. Todo estará bien. No habrá motivos para preocuparse. Y los que lo hagan no serán otra cosa representantes de la oligarquía apátrida, partidaria del imperialismo.

Nada de malo ha ocurrido en Venezuela. Allí gobierna un demócrata. Los derechos de sus ciudadanos están bajo la custodia de una ley imparcial y de jueces independientes. Los beneficios de la libertad rigen para todo el que pise su suelo, piense como piense y diga lo que diga. Los límites del gobierno son precisos y respetados. La concordia y la armonía presiden las relaciones de la sociedad. Ningún peligro se corre. Ningún fantasma se ha despertado. Sólo los que no tenemos otra cosa que hacer creemos lo contrario. Aquellos bien informados que, sobre todo, tienen bien claras las ideas de la república y de la verdadera democracia, saben que la libertad goza de muy buena salud en la Venezuela de Hugo Chávez y en la Argentina de Néstor Kirchner. © www.economiaparatodos.com.ar

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