Desde que Roberto Cachanosky me invitó a escribir estas columnas, la Argentina se encargó de entregarme un material impar a la hora de comentar disparates. Pero lo que ocurrió en la semana que se inició el 5 de diciembre ha superado, al mismo tiempo, toda la producción anterior de sinsentidos y la capacidad de asombro que aún teníamos.
La dirigencia que gobierna el país ha enviado señales inequívocas de que marcha hacia la entronización absolutista del poder, cuyo destino final es la instalación de una dictadura populista.
Se han reído (por no decir otra cosa) en nuestra propia cara de la manera más abierta que se conoce. En un país que siempre tuvo la sensación de que al poder le importaba un bledo la suerte de las personas, encontrar una forma de manifestar lo mismo pero de un modo descarado, a la vista de todo el mundo, incluso de una manera más abyecta que las ensayadas con anterioridad, es toda una señal de que ya se han superado todos los límites.
La dirigencia política que ejerce el poder parecía decir “mirá como te lo hago igual…” frente a la perpleja y muda mirada de muchos que no podían creer que se hubieran animado a tanto.
Tres casos en donde la voluntad popular -esto es, la esencia misma de la democracia- aparecía directamente involucrada sirvieron para que terminemos de convencernos de que esta gente está dispuesta a todo. En primer lugar, el aval parlamentario para que Eduardo Lorenzo Borocotó jurara como diputado. Una persona que descaradamente estafó a sus votantes para pasarse al partido que, esas voluntades, precisamente, no querían favorecer. El autor de un engaño público que utilizó la buena fe y los recursos de una masa de ciudadanos para hacerse elegir convocando su consentimiento, para traicionarlos una vez que consiguió su propósito. ¿Hubiera sido elegido Borocotó si hubiera dicho antes de las elecciones que era candidato por el kirchnerismo? Probablemente, no. Enmascaradamente se infiltró en las listas de un partido que sabía que podía asegurarle un lugar y luego desconoció la voluntad democrática pasándose de bando. Sus colegas en el Congreso –el receptáculo básico del sistema- homologaron la estafa haciéndolo jurar.
Pero la ofensiva del poder absoluto e insolente no se detuvo allí. Dos días antes de jurar su banca, Rafael Bielsa, anunció que no asumiría y que había aceptado ser embajador en París. No importa que un arrepentimiento posterior lo devolviera al Parlamento. Lo que vale es la sensación de impunidad que rodea a todos estos personajes. Creen que la voluntad de la gente sólo vale para hacerla jugar a su favor, pero no para honrarla.
Y la frutilla del postre vino de la mano del ex guerrillero Miguel Bonasso, quien impugnó el pliego del diputado electo Luis Patti acusándolo de no tener idoneidad moral. ¿Miguel Bonasso enarbolando la bandera de la idoneidad moral? Pero, ¿escuchamos bien? ¿Tanta capacidad tiene nuestro humor como para soportar semejante chiste? ¡Miguel Bonasso! ¡Pero, por favor! Si Luis Patti, que no fue condenado en ninguna sede judicial, de ninguna ciudad argentina, por ningún crimen, no tiene idoneidad moral, qué decir entonces de Bonasso, que es un indultado penal que se benefició por una decisión de Menem que lo puso en libertad pero que, claramente, no borró sus crímenes. Quienes impugnan a Patti dicen que sobre él hay sospechas. Pues bien, sobre Bonasso no hay sospechas, hay certezas.
¿Cuál es el mensaje que recibe un ciudadano que no tiene causa alguna pendiente con la Justicia, que se presenta a unas elecciones, que obtiene más 400 mil votos y que no puede jurar su banca porque un iluminado totalitario ha resuelto reemplazar la voluntad popular? ¿Y cuál es el mensaje que reciben sus confiados electores?
“¡Ah!, ¿te molesta?, ¿está a todas luces mal…? ¡Mirá como te lo hago igual…!”
Estamos frente a un peligro nunca antes visto. Jamás se ha percibido un proyecto tan claro y definido para la instalación de un poder absoluto. Muchos dicen: “el Gobierno no tiene un plan”. ¡Qué ingenuos!
No tendrá un plan para el bien del país, para su desarrollo e integración, para mejorar el nivel de vida de las personas. Pero para sí mismo sí tiene un plan. Una vez más: el control absoluto del poder.
Así como miles de impugnaciones civiles llovieron sobre los candidatos judiciales Zaffaroni y Argibay y fueron desechadas -y los candidatos entronizados de todos modos, como ya estaba decidido de antemano-, así también la voluntad de la gente es permanentemente avasallada cuando no se allana al proyecto del poder total.
El odio político de Duhalde ha hecho posible que una porción minoritaria aun dentro del propio peronismo retrotraiga el país al abismo de hace 35 años. Oleadas de panqueques que claramente votaron por Alfonsín, por Menem, y por De la Rúa, endosaron a Kirchner como si los otros tres hubieran caído de un asteroide. Aun frente a ese resentimiento, el caudal del presidente el 23 de octubre no llegó al 40%, en una cuenta que reúne votos propios y aliados. Esta minoría pretende vestirse ahora con las ropas del todo y avasallar a quien luzca otro color. Es la eterna arrogancia de la izquierda, la que conlleva la soberbia de desconocer el sentido común.
Ahora nuestro paradigma es Chávez, otro totalitario que ha barrido la posibilidad de que Venezuela sea alguna vez una democracia como la que soñó Bolívar. Parece no haber nombramiento local que no pase por el tamiz del gusto del nuevo dictador caribeño. Hasta el nuevo embajador designado en Francia, Eric Calcagno -otra de las perlas de la semana-, ha sido asesor del Banco Central de Chávez y fue definido como un “fuerte defensor del modelo socioeconómico venezolano”. Un intelectualoide que recientemente firmó en un medio periodístico un artículo afirmando la siguiente burrada: “Pagar (la deuda externa) o desarrollar el país”, como si fuera posible identificar algún desarrollo que tolerara el incumplimiento de lo que se firma, de los contratos y de la palabra nacional.
Mientras tanto, en el ámbito de la Justicia un subrepticio proyecto de ley se encamina a reducir la representación civil independiente del Consejo de la Magistratura, el órgano inventado en la reforma constitucional del 94 para elegir y desplazar jueces. Hoy, el Consejo tiene 20 miembros que representan a los poderes políticos (diputados, senadores y Ejecutivo), al sector judicial (jueces) y a los sectores civiles del foro (abogados y académicos). El proyecto pretende llevar su composición a 13 personas disminuyendo la representación de las entidades de abogados y de la academia. De ese modo, los poderes políticos tendrían una mayoría automática de 7 sobre 13 (3 diputados, 3 senadores y un representante del Ejecutivo). “Y siga, siga, siga el baile… al compás del tamboril…”
En los últimos años, la Argentina ha sido golpeada económicamente y muchos se concentran en saber si encontraremos un camino para sortear esos obstáculos. Pero hay aquí en juego algo mucho más grave que la pobreza misma. La sociedad debe advertir cuanto antes que va camino de perder su libertad, que se dirige a toda velocidad a un sistema donde los derechos individuales no existen. Donde el avasallamiento de la voluntad será la regla y donde el sometimiento a los humores de un mandamás reemplazarán un sistema.
Está claro que una vez perfeccionado semejante proyecto la ausencia de libertad no vendrá sola. También nos debatiremos en la que quizás sea la única herramienta igualitaria que se nos ocurrió crear: la miseria de todos. Eso sí, la rica nomenclatura se encargará de repartirla con equidad. © www.economiaparatodos.com.ar |