Álvaro Alsogaray, fallecido el viernes pasado, fue el último gran luchador por la libertad contra el proceso socializante y decadente iniciado en la Argentina a partir de Yrigoyen. Al mismo tiempo que una elite política relacionada con los mejores años del país emprendía su retirada abatida por el radicalismo y el peronismo, un solitario ingeniero salido de las filas del ejército, careciendo de una personalidad carismática, puso sus pies en la política a mediados del siglo y no los retiró jamás.
Alsogaray es un emblema en varios sentidos. Incansable luchador, no dejaba de explicar las bondades de un sistema basado en la libertad y la iniciativa personal en un país montado (sin remedio, como luego se vio) a las modas estatizantes de mediados del siglo pasado. Él solo o acompañado con uno o dos diputados más, sentaba posición en el Congreso en defensa del sistema de la Constitución del 53. No rehuía debates, no pagaba peajes a la izquierda, no confraternizaba con el enemigo, no se rendía a la tentación de intentar la aprobación o la aceptación de una raza de políticos mediocres que dominaban la escena.
Remó contra la corriente general pero también contra la crítica cómoda del propio sector del pensamiento que representaba, que adoptó la posición de espectador malcriado. Su inadaptación a los cánones políticos demagógicos sirvió de excusa para mucho del centrismo cobarde que a su retirada no supo, no quiso o no pudo siquiera igualar su performance pública y hoy constituye la oposición tibia y ausente que sirve por omisión al avance de la tiranía subalterna. No es casual que ninguno de los “líderes” que se supone que ocupan su lugar en la política estuviera presente para despedirlo.
Alsogaray posiblemente haya vivido fuera de tiempo. Perteneció a un tipo de político cuya principal preocupación era la responsabilidad de gobierno y no la aceptación popular. No podía convertirse en un dirigente masivo en un país que selecciona a personajes como Alfonsín, De la Rúa, Kirchner o Ibarra.
Se fue un estadista que el país no aprovechó como debía, un hombre de estado pre-rebelión de las masas, un líder que no sabía ni quería mentir.
Mueren mediocres todos los días. Siempre queda cómodo rendirles grandes homenajes y llenarlos de elogios. Los mediocres veneran mediocres. El ingeniero Alsogaray, en cambio, quedará en el recuerdo de quienes lo deben recordar, de quienes lo merecieron, de quienes le agradecerán toda la vida su coherencia y su valor.
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