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jueves 11 de octubre de 2007

Algunas consideraciones éticas y morales en torno a la gratuidad de la educación

Un lúcido análisis para repensar y redefinir el término “gratuidad” a fin de no engañarse ni engañar a nadie.

Decía Milton Friedman (1912-2006, Premio Nobel de Economía 1976) que en este mundo nadie puede comer un sándwich gratuitamente. En efecto, si usted come un sándwich sin que saque la cartera para pagar, puede deberse a las siguientes razones:

1. Su amigo Juan tuvo el gusto de invitarlo a comer para platicar de sus viejos tiempos.
2. Entró usted a una fiesta donde el anfitrión se está dando el placer de regalar sándwiches a todos los invitados, incluso, aunque no los conozca.
3. Usted entró a un restaurante, pidió un sándwich y se echó a correr antes de que le cobraran.
4. El gobierno promulgó una ley para que las mujeres paguen un impuesto a fin de darles sándwiches “gratis” a los hombres.
5. Usted fue a una marcha del PRD y le dieron un sándwich y un sombrero sin cobrarle ni un centavo.

Nótese que en todos los casos se habla de sándwiches “gratuitos” pero, en realidad, hay un manejo engañoso del lenguaje pues si usted no pagó, alguien tuvo que pagar.

En este mundo hay pocas cosas gratuitas. Se puede respirar aire fresco o contaminado gratuitamente; puede tomar un baño de sol en la azotea de su casa sin que nadie se sienta despojado; puede mirar un lindo atardecer sin pagar ni un centavo. Pero no puede consumir un refresco, una torta o un servicio médico de manera gratuita, pues, nada de esto cae del cielo, en realidad, alguien tiene que pagar.

Bueno, esto nos obliga a repensar y redefinir el término “gratuidad” a fin de no engañarse ni engañar a nadie.

No ayuda demasiado acudir al diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, nos las tenemos que arreglar nosotros mismos proponiendo una definición. Definición: Podemos decir que algo es gratuito cuando lo puedes tomar o disfrutar sin que alguien se sienta despojado.

Si aceptamos esta definición, entonces cambia nuestra forma de decir las cosas:

1. Me comí un sándwich gratuito, pues éste no cayó del cielo; más bien comí a expensas de Juan, quien voluntariamente quiso pagar la cuenta
2. El anfitrión pagó los sándwiches que los invitados consumieron.
3. El dueño tendrá que pagar, contra su voluntad, el sándwich que usted no pagó.
4. Las mujeres tendrán que asumir, involuntariamente, el costo de los sándwiches que consumieron los hombres.
5. Los contribuyentes pagaron, sin contar con su consentimiento, los sándwiches de los marchistas del PRD.

Nótese que sólo en los casos 1 y 2 hay voluntad y acuerdo de que otro pague la cuenta, los demás son casos involuntarios, forzosos, podríamos decir, incluso, que hay una especie de delito pues implica un costo sin consentimiento, casi un robo.

Analicemos ahora al caso de la EDUCACIÓN GRATUITA. Me refiero al sistema que consiste en que el que estudia no paga por los servicios educativos que recibe. Este sistema se aplica en las escuelas del gobierno mexicano. Es cierto que en algunas universidades se cobra 20 centavos por el trimestre, otros pagan dos mil pesos, pero comparando con los costos reales, estos pagos no significan nada para la institución.

La gratuidad de la educación la hemos vivido toda la vida que no advertimos nada malo en ello, es más, se llega a defender como una de las grandes conquistas del pueblo. Pero si usted ya acepta que nadie puede comer un sándwich gratis, entonces está a punto de aceptar que tampoco existe “educación gratuita”, pues ésta no cae del cielo.

Puede uno pasarse años y años en las escuelas y universidades, recibiendo certificados de primaria, secundaria y preparatoria, o bien, títulos de licenciado, maestro y doctor y nunca preguntarse quién pagó por los gastos que se generaron. O se prefiere aceptar una respuesta simple: “se paga con los impuestos”.

Casi cualquier licenciado, maestro o doctor salido de las universidades públicas opinará que el sistema de educación gratuita es algo correcto, y el argumento es que “gracias al sistema gratuito él pudo lograr los títulos que posee”.

Consideremos grosso modo que alguien que recibe el grado de doctor y que posiblemente estuvo becado desde la primera, implicó los siguientes gastos pagados por los contribuyentes:
Primaria $ 100,000.00
Secundaria $ 75,000.00
Preparatoria $ 120,000.00
Licenciatura $ 2, 000,000.00
Maestría $ 3, 500,000.00
Doctorado $ 5, 000,000.00

Es decir, formar un doctor cuesta más de diez millones de pesos. Al nuevo doctor le parece que el sistema de educación gratuita es una maravilla, pues él nunca pagó nada, es más, le pagaron buenas becas y gastos por estar estudiando. “Es un sistema perfecto”, pensará. Cuando se le pregunta al flamante doctor que logró disfrutar de esta “gratuidad” invariablemente pensará que se debe defender ese sistema “pues de otra manera nunca hubiera yo estudiado”.

Es comprensible su respuesta, pues él es uno de beneficiados. Es como si se le preguntara a un diputado si es bueno que exista el Congreso. Con los sueldos que tienen, los bonos, la posibilidad de viajar a donde quieran con cargo al erario, de darse aumentos de sueldos cuando deseen, aguinaldos extravagantes… jamás opinarán que haya algo inmoral en la Cámara de Diputados.

Pero qué pensará el graduado universitario cuando se le diga que todo ese dinero fue aportado involuntariamente por los contribuyentes (por eso se llaman impuestos), que dejaron de comer para pagarle sus gastos y que por eso ahora ya están más pobres.

Qué pensará nuestro graduado cuando se le demuestre que quienes más contribuyeron a sus gastos, no fueron los empresarios, pues ellos tienen forma de evadir los impuestos, sino los empleados de cheque quincenal y la gran masa de consumidores que son los pobres y en pobreza extrema de este país.

Se podría hacer una encuesta para saber si la gente pobre México y los contribuyentes cautivos habrían consentido pagar los gastos de los graduados universitarios que ahora son diputados, senadores, asambleístas, dueños de partidos políticos, asesores de la APPO o miembros del EPR o que simplemente se fueron del país a laborar en una gran empresa privada (lo cual no es del todo criticable)

Qué pensará el jornalero de Zacatecas cuando se le diga que debe contribuir a los gastos que generan los alumnos de la UNAM , sabiendo que sus propios hijos jamás pisarán un campus universitario pues si acaso, terminarán únicamente la primaria.

Qué pensarán los albañiles cuando vean que a la UNAM acuden miles de jóvenes vistiendo ropa de marca y con carros nuevos y que, sin embargo, les deben costear sus gastos.

Y mirando las frías estadísticas de la UNAM donde de cada cien jóvenes sólo aceptan diez (se puede demostrar que los aceptados son los que mejores condiciones económicas tienen) y de estos sólo uno se llega a graduar (también se puede demostrar que los graduados pertenecen a los alumnos de las familias en mejor situación económica).

Qué pensará Juan Pueblo cuando vea que éste graduado no es ni lejos, un joven que provenga de las familias en extrema pobreza, sino alguien que no quiso pagar la colegiatura en el Tec. de Monterrey aún cuando podía hacerlo. ¿Votará por que la educación en la UNAM siga siendo “gratuita”, es decir, a costillas de los pobres?

El sistema de educación gratuita ha creado una fiesta donde unos la pagan y nunca la disfrutan y otros la disfrutan y nunca la pagan. Este absurdo, hasta Carlos Marx lo previó. En efecto, cuando criticaba a La Salle (quien proponía educación pública y gratuita a cargo del Estado) Marx le replica airadamente que lo único que iba a lograr es que los pobres pagaran la educación de los ricos.

Hasta hoy día, no conozco a ningún licenciado, maestro o doctor que esté dispuesto a trabajar gratis para el pueblo pobre que le dio educación. Al contrario, tratará de obtener mejores sueldos (lo cual no es criticable) y difícilmente un médico de la UNAM le perdonará el pago de la consulta a un obrero.

Una cosa es clara y demostrable: el sistema de educación gratuita no da títulos de doctor, ni de maestro ni siquiera de licenciado a un miembro de ese sector de la extrema pobreza, que son los mayores “donantes” de recursos, por eso están pobres. Para convencernos de ello, recordemos que el petróleo es de todos los mexicanos y ellos, los de pobreza extrema, también son mexicanos. La parte que les correspondería del petróleo, casi todo se va para mantener las escuelas y universidades gratuitas. Quiere decir que realmente aportan una gran cantidad de recursos, aunque nunca se les pregunta si están de acuerdo.

Con toda esta argumentación se puede sostener que el sistema de educación pública y gratuita que hay en México está asentado sobre transferencias no voluntarias. Es decir, implican coacción, impuestos. Y como los impuestos se pagan a fuerzas, es semejante cuando el ladrón te pide la cartera a cambio de no agujerearte la panza. Es decir, los impuestos son casi robo, casi delincuencia. Por tanto, la educación pública y gratuita está sostenida en casi delincuencia. Esto tiene graves implicaciones pues significa que la UNAM vive de delincuencia y los que allí enseñamos, laboramos o estudiamos nos convierte en delincuentes (porque usamos recursos mal habidos, forzados, coactivos).

Pueden parecer exageradas mis palabras, pero si pensamos en los sucesos de Oaxaca y cómo se involucraron los docentes para destruir una economía donde quienes más han sufrido son los pobres. Y si pensamos en la posición cómoda y condescendiente que mostraron los maestros, investigadores y trabajadores de la UNAM cobrando sin trabajar durante el año 1999 en que los estudiantes del CGH la cerraron durante casi un año, no podemos más que otorgar el beneficio de la duda.

Este enfoque podría parecer insultante para muchos buenos docentes de buena fe que simplemente llegaron a pedir trabajo y la UNAM los contrató. Nunca se nos aclaró que íbamos a ser pagados con dinero producto del despojo a los ciudadanos. Es una situación parecida a la del hombre que es contratado por narcotraficantes. Sólo le dicen que transporte unos paquetes y le pagan bien. No sabe que recibir dinero de delincuentes lo transforma en delincuente.

La pregunta interesante aquí se refiere a la posibilidad de que la UNAM pudiera adoptar otro sistema para que no se le acuse de vivir y sobrevivir gracias a la delincuencia. Esto resolvería parcialmente un problema ético y moral para la institución.

Por suerte, la respuesta es positiva. En efecto, la UNAM podría rechazar los subsidios gubernamentales y vivir de lo que el cliente pague. Pero esto le llevaría a considerar otro problema: ¿podría la UNAM sobrevivir sin subsidios gubernamentales? ¿Tendrá la calidad necesaria y suficiente para que, sin recibir un centavo del gobierno, pudiera mantenerse de las cuotas y colegiaturas de sus estudiantes? Dicho de otra manera, ¿tendrá la UNAM un nivel competitivo para lograr que el mercado le premie con un precio suficiente para que desarrolle las ciencias humanas, filosóficas y naturales que dice tener? Siendo calificada como la mejor universidad de México ¿Tendrá capacidad de sobrevivir sin estar pegada a la ubre del gobierno? Mi pronóstico es que sí podría, pues cuenta con excelentes instalaciones, mejores que cualquier universidad privada, tiene excelentes académicos formados en las mejores universidades extranjeras,….aunque tiene un sindicato poco colaborador y malas costumbres (que podrían cambiar)

Por otro lado, se tendría que establecer un sistema financiero de tal forma que permita a cualquier hijo de vecino estudiar donde mejor quiera, sea en una universidad privada o pública (aunque aquí ya cambia el concepto de U. pública), en México o en el extranjero.

Afortunadamente la respuesta también es positiva y viable. Basta imaginar nuevas estructuras y formas de hacer las cosas, siempre cuidando que no impliquen casi-delincuencia.

Es posible mejorar sustancialmente el modelo educativo mexicano para dar reales oportunidades a toda la gente que quiera instruirse y formarse en el campo de su elección y sin que sea a costillas del vecino. © www.economiaparatodos.com.ar

Santos Mercado Reyes es doctor en Ciencias en Economía Agrícola, profesor-investigador en la Universidad Autónoma Metropolitana y director del Seminario de Economía Austriaca.

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